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martes, 19 de julio de 2016

Un huésped inesperado



UN HUÉSPED INESPERADO 


 

    Comenzó a rodar por la pista, a la vez que se guardaban las ruedas, empezando un vuelo que me separaría definitivamente de él. Aunque era algo que teníamos claro los dos desde un principio, no pude evitar que un par de lágrimas comenzaran a descender acariciando mis mejillas. Una extraña sensación me hacía querer salir corriendo del aeropuerto en un intento de olvidar todo lo antes posible.
   
      Una vez fuera de la terminal, cogí un taxi.

─Por favor al “Hotel Palacio de Ferrera” en Avilés.

    Mi turno comenzaba en una hora, y tenía casi veinte minutos de trayecto, de Oviedo a Avilés. Mi casa se encontraba a cinco minutos del hotel, así que llegaría con el tiempo justo para ducharme, cambiarme de ropa y dirigirme a mi puesto de trabajo.
Apenas llevo dos años en esta ciudad, desde pequeña tenía clarísimo que quería dedicarme al turismo, siempre me ha apasionado el trato con el visitante, y también necesitaba alejarme de Madrid, una ciudad, cada día más congestionada e irme a un lugar tranquilo, así que cuando vi el anuncio en el periódico, no dudé en enviar mi currículum, y cuando me llamaron fue la excusa perfecta para salir del asfixiante centro y su frenético modo de vida.
El taxi paró en un lateral de la plaza, parando el taxímetro en ese momento antes de dirigirse a mí el conductor:

─Son 23 euros, señorita ─Rebusqué en mi monedero intentando encontrar los tres euros, y después de contar algo de chatarra y escuchar resoplar impaciente al conductor acerqué mi mano dándole un puñado de monedas ─Aquí tiene.

    Miré la hora, me quedaban veinte minutos para entrar así que tendría que ser muy rápida, subí a casa y mientras sacaba la ropa de trabajo, puse el agua a correr para que fuera calentándose y poder ducharme. La casa era vieja y pequeña, pero lo suficiente para mí, y mi intimidad, tenía un pequeño baño dentro de la habitación, con un plato de ducha, ni siquiera tenía una bañera donde deleitarme de vez en cuando, y un salón con barra americana que daba a una pequeña cocina. El salón tenía un pequeño balcón que daba a una calle peatonal, menos mal que a partir de la hora que se cerraban las tiendas apenas había tránsito, porque sí que es cierto, que durante el horario comercial, siempre se escuchaba mucho bullicio.

   Después de la ducha, me di un poco con el secador, lo mínimo para que no se notara mucho la humedad, me recogí mi larga melena pelirroja en una coleta alta, me puse el uniforme, y salí corriendo al hotel, ya llegaba cinco minutos tarde.

    El hotel, era un precioso palacio de estilo, del siglo XVI, tiene tres plantas y una torre que tiene un poco más de altura, en la parte trasera tiene unos amplios jardines y una capilla. Es un importante hotel de la zona. No solo tiene la función de hotel sino que también se realizan banquetes. Así que siempre tenemos mucho trabajo.

   Nada más entrar por la puerta de recepción, vi como María levantaba la vista del ordenador para ver quién entraba a recepción.

─¡Menos mal que vienes vestida Oli! Tenemos mucho trabajo hoy ─Dijo mientras extendía la mano ofreciéndome una lista ─Ahí tienes todas las cenas que debes subir hoy a las habitaciones.

─Gracias María ─Dije poniendo rumbo a la cocina.

─¡Oli! ─Gritó María ─Cuando termines vienes y me cuentas que tal la despedida.

─ Ok ─Dije notando como mi corazón se sobrecogía de nuevo.

   Llegué a la cocina y comencé a preparar el carro con la primera cena, constaba de una ensalada primaveral, y unos filetes de pavo a la plancha, acompañado de un exquisito vino tinto, de postre habían pedido tarta de la casa, y lo que debía ser un plato infantil, nuggets de pollo con patatas fritas y helado, así que me imaginé que sería una madre o un padre con su hijo. Ya solo con los platos que pedían sabía perfectamente si era una persona a la que le encantaba degustar la comida, si pretendían guardar la línea, si era una pareja en una escapada romántica, o una persona solitaria. Es lo que tiene llevar dos años dedicándome a esto.

   Llevaba dos horas trayendo y llevando carritos, de una habitación a otra y echando viajes una y otra vez a la cocina. En uno de mis viajes arriba y abajo, nos quedamos sin manteles y servilletas, por lo que tenía que ir a la lavandería, intenté que mi compañero David, fuera por mí, pero no lo conseguí, así que me tocó ir a mí a pesar de que no quería, ni quería ni debía recordar, y eso es lo que haría que tuviera que ir a la lavandería.


OCHO DIAS ANTES…

─Estoy deseando que pase la boda, estos “guiris” llevan aquí dos días y están dando un trabajo… ─Dijo Rubí.

    Yo acababa de llegar de unos días de descanso y no sabía exactamente a qué se refería, pero sí podía imaginar, que sería una boda de esas que tanto los novios como los familiares llegan unos días antes para disfrutar de Asturias, y de unos días en familia antes de celebrar el acontecimiento.

─¿Están dando mucho trabajo o qué es lo que sucede Rubí? ─Le pregunté mientras terminada de preparar el pedido de la habitación 122.

─Un poco… pero podrás comprobarlo por ti misma estos días.

─Bueno, luego me cuentas voy a llevar esto a la 122, que se enfriará y no tengo ganas de escuchar al cliente chillar.

─¿A la 122? ─Me preguntó sorprendida ─Sí ¿Por qué? ─Respondí algo desorientada por su pregunta ─Cuando bajes me lo cuentas ─ Se limitó a contestar mientras desparecía con el carrito por el pasillo hacia uno de los ascensores de servicio.

   Intenté no hacerla caso, y me dirigí a la primera planta, mi compañera siempre andaba quejándose por todo, era una chica de unos treinta años, que se casó muy joven y tenía dos hijos. Su marido la abandonó en cuanto empezó a “descubrir que era joven” para estar casado y lo que quería hacer era vivir la vida, y que había perdido toda su juventud. Para mí era normal la actitud de ella ante la vida, y que se quejara de todo puesto que solo se dedicaba a trabajar como una mula para sacar a los pequeños adelante.

   Una vez me encontré frente a la puerta de la habitación 122 la golpeé con timidez, puesto que aunque no quería hacer caso a Rubí, había conseguido sugestionarme y me daba algo de miedo lo que pudiera encontrar. La puerta se abrió lentamente, la habitación se encontraba oscura, simplemente se veía una luz de lamparita al fondo. Cuando… cuando ante mí estaba él. Esos profundos ojos grises, esa piel blanca, una barba de varios días, con sus pectorales marcados, y su perfecto torso simplemente con una toalla rodeando su cintura. Me quedé totalmente paralizada, como hipnotizada por el maravilloso hombre que se encontraba frente a mí.

─Señorita, puede pasar y dejar las bandejas en la mesa ─Me dijo con un marcado acento inglés, pero yo seguía sin reaccionar ─ Señorita ─Volvió a repetir, pero yo seguía sin poder pronunciar palabra ─ Olivia ¿Verdad? ─Me preguntó, al ver la chapa que llevaba en la camisa blanca del uniforme con mi nombre.

─Sí ─ Acerté a pronunciar al final ─Disculpe, le dejo la cena en el mesa ─Dije mientras me dirigía al interior notando como mis piernas no paraban de temblar en cada paso que daba.
Una vez puse la cena sobre una mesa redonda que se encontraba en la esquina de la habitación y estaba dispuesta a salir de allí corriendo, para dejar de sentirme tan estúpida ante la mirada de ese hombre, noté como me agarraba del brazo, para girarme y ofrecerme un billete de diez euros.

─¡Oh no! Señor no aceptamos propinas ─Le dije algo avergonzada, aunque no era la primera vez que nos pasaba, pero era política de empresa y si se enteraban de que había aceptado alguna propina mi puesto corría un serio peligro ─gracias de todos modos ─contesté antes de poner mis pies en el pasillo.

─Disculpe ─Me dijo volviendo a hacer que su mirada y la mía se cruzaran y produciendo un escalofrío en todo mi cuerpo ─ya que no acepta la propina, me gustaría invitarla a tomar una copa ─Soltó como si nada, agarrando mi mano y besándola como todo un caballero inglés.

─De verdad que le agradezco mucho todo…─Robert ─Me interrumpió para decirme su nombre ─ Pues eso Robert, le agradezco su gentileza pero no puedo aceptar su oferta
─dije acelerando mi paso antes de que me diera un infarto ya que mi pulso comenzó a dispararse como nunca antes lo había hecho.

   Lo cierto es que no sé qué me había sucedido en esa habitación pero nunca antes me sentí tan atraída a primera vista por un hombre. Cuando llegué a la cocina, estaban recogiendo, por lo visto estaban terminadas las entregadas, de las cenas solo quedaba que en un rato pasáramos recogiendo los carritos, con los restos que dejaban de comida, fuera en los pasillos al lado de sus habitaciones. Salí al patio a fumar un cigarro y me encontré con Rubí que estaba hablando con su madre, siempre que teníamos el primer descanso hacía lo mismo, llamaba para ver que tal estaban sus hijos. Una vez colgó se sentó a mi lado.

─¿Cómo están los pequeños hoy? ─ Le pregunté.

─Bien, Sara ya se está haciendo toda una mujer, y ayuda mucho a mi madre, y Diego, bueno solo tiene cuatro años, sigue con sus trastadas.

─Seguro que el día de mañana se sentirán muy orgullosos de todo lo que has hecho por ellos.

─¡Eso espero! ─Dijo soltando acto seguido un suspiro ─Por cierto, ¿Ya conociste al monumento de la 122?

─Uf, Rubí, ¿Por qué no me avisaste antes? ¡Qué pedazo de hombre! ¿Está solo en el hotel?

─Viene con la boda, y ponte a la cola ¡Nos tiene a todas locas!

─¿Qué cotorreáis? ─Dijo David interrumpiendo nuestra conversación ─¡Vaya, Pelirroja! Estás muy guapa hoy, esos ojos azules brillan como nunca ¿Qué les ha pasado?

─Serán las vacaciones que les ha venido bien ─ Dije algo seca.


     David, lleva unos seis meses trabajando con nosotras, es un chico alegre, aunque no puede evitar tenérselo creído por ser el hijo del director, aunque todos por detrás le criticábamos, porque para ir de divo por la vida estaba sirviendo comidas igual que nosotras en vez de estar en el despacho ayudando a su padre, y tratábamos de evitar cualquier comentario delante de él por el mismo motivo, por ser hijo de quien es.

Bueno, tendremos que empezar a recoger carritos ─dije tirando el cigarro al suelo, y entrando a la cocina, haciendo Rubí y David lo mismo que yo.

     Cuando terminamos de recoger todo, me acerqué a recepción a ver a María, antes de irme a casa, esa noche no me tocaba guardia por si algún pesado de madrugada tenía el antojo de comer algo. Cuando llevaba un rato charlando con ella, vimos cómo bajaba alguien en ascensor, ¡No podía creerlo! ¡Era él otra vez! Esta vez vestido con un pantalón vaquero corto, que le llegaba por la rodilla y una camiseta negra ajustada que marcaba todo su torso. Iba acompañado de dos chicas rubias, de piel blanca y ojos claros, delgadas, muy guapas por cierto, y tres chicos más, guapos también, pero no tanto como él.

─Buenas noches Olivia ─Dijo al pasar por nuestro lado, haciendo que María me mirara pidiéndome una explicación.

      Una vez salieron por la puerta, mi amiga se dirigió a mí, pidiendo explicaciones.

─¿Buenas noches Olivia?, creo que has olvidado contarme algo ¿Verdad?

─No, de verdad solo le subí su cena, y debió leer mi nombre en la chapa, pero nada más ─ contesté sonrojándome.

─¿Ah sí? Pues sepa usted que el tío bueno, lleva dos días pidiendo la cena y a Rubí nunca le ha dicho, “buenas noches Rubí”.

─Bueno, no sé, prefiero no darle importancia, ¡Ya sabes! yo y el amor no nos llevamos bien. Bueno me voy a casa, que necesito descansar las piernas, ¡Hasta mañana! ─Dije despidiéndome con una sonrisa tonta.


     A la mañana siguiente cuando me levanté, lo primero que hice después de tomarme mi vaso de zumo, fue bajar como todos los viernes al mercadillo, aunque no solía comprar nada, me encantaba ver todo lo que ponían en los puestos.

      Después de caminar un largo rato, decidí sentarme en una terraza, pedí un té con limón, mientras se enfriaba un poco estaba jugueteando con mi móvil, cuando vi que retiraban la silla de enfrente mía, para sentarse, miré sobresaltada y ¡Era Robert!

─Hoo… hola ─ Dije algo desconcertada y mirando hacia todos los lados por si alguien me veía con él.

─Hola Olivia ¿Qué te preocupa?

─Nada ¿Por qué lo pregunta?

─No estás en el trabajo, puedes tutearme ─me dijo mientras me guiñaba su precioso ojo gris ─y también puedo invitarte a algo ¿No?

─No creo que sea buena idea ─Contestando con lo que mi cabeza me dictaba, no mi corazón.

─Bueno, no quiero molestar, seguramente estés esperando a tu novio, disculpa mi osadía ─ Dijo levantándose de la mesa.

      ¿Novio? Pensaba que tenía novio, no fui capaz de decirle que no, y por una parte era lo mejor que podía haberme pasado, ya que de ninguna manera quería que la cosa fuera a más.
Esa noche cuando fui a trabajar, rezaba porque no me tocara su habitación, y cuál fue mi sorpresa al ver que no me había tocado, esa noche le tocó a David. Así que aunque con pena, era lo que quería, hice mi trabajo y cuando terminé, a punto de irme, me dijo Arturo, el jefe de cocina, que me reclamaban en recepción, cuando llegué ahí estaba María, con cara de picara, y con una medio sonrisa.

─¿Qué pasa María? Estaba preparando todo ya para salir.

─¿Sí? Pues creo que tienes otros planes mejores.

─¿Qué planes? ─Dije algo molesta ya que me daba la impresión de que se reía de mí.

─Habitación 122 ─Dijo quedándose en silencio ─¿Qué pasa en la habitación 122? ─El Sr Robert, ha pedido una botella de champán y solicita que la lleve “Olivia” ─Dijo dándome un codazo.

    No podía creerlo, este hombre ¿qué se había propuesto hacer, que me echaran de mi trabajo? Fui a por la botella, y subí dispuesta a cantarle las cuarenta, aunque lo pensé mejor por el camino, solicitó dos copas, eso es que esa noche tendría compañía. Llamé a la puerta, algo nerviosa, seguro que estaría con una de esas chicas de la noche anterior, me abrió y me pidió que lo dejara en la mesa.

     Cuando me giré para comenzar a sacar el carro de la habitación, me encontré con que él estaba detrás de mí, ofreciéndome una hermosa rosa roja. La sangre se me quedó helada, no esperaba aquello para nada.

─Robert, no creo que cuando venga tu amiga, le guste ver que me has regalado una flor─ Contesté intentando esquivarle para salir de allí cuando antes.

─“Mi amiga” si quieres llamarla así eres tú ─ Dijo acercando sus labios a los míos haciendo que nos fundiéramos en un deseado beso, que aceleró mi pulso.

       Los días iban pasando, y todos los días hacía porque nos encontráramos y robarme algún beso, yo lo llevaba totalmente el secreto, no quería que esa tontería que teníamos afectara a mi trabajo, ya que sabíamos perfectamente que tendría fecha de caducidad, exactamente un día después de la boda, o dentro de tres días. Por mi parte no quería ni pensarlo. Me encantaban esos encuentros fugaces, las miradas y sonrisas que nos dedicábamos que expresaban nuestro deseo. Pero de ahí tampoco quería que pasara.
                                                                  

EL DÍA DE LA BODA…

           Ese día doblábamos horas todos en el hotel, había que preparar la capilla, el salón y para mi desgracia me tocaba servir en la boda. Por más que le rogué al jefe de cocina el día anterior que no me pusiera a servir en la boda, ignoró completamente mis súplicas.

       Miraba mi cuadrante del día, pensando en si sería capaz de hacer mi trabajo sintiéndome observada por Robert, si algo había descubierto de él en esos días es que siempre encontraba un sitio donde no hubiera nadie para deleitarme con sus tiernos besos, y eso me ponía bastante nerviosa ya que sabía que el metre como siempre querría que todo saliera a perfección y no sabía si yo ese día estaría a la altura.

       La ceremonia comenzó a las ocho de la tarde, mientras se celebraba nosotros ultimábamos los últimos detalles en las mesas y preparábamos las bandejas de canapés y bebidas que se ofrecerían antes de pasar al comedor en el amplio jardín de la parte trasera. Cuando empezaron a salir los invitados, ya estábamos todos en nuestros puestos con las bandejas, y conforme comenzaron a formarse pequeños grupos que hablaban entre sí, nos acercábamos ofreciendo lo que llevábamos, cuando la bandeja quedaba vacía, volvíamos a la cocina a recargar. Algo que me alivió bastante es no ver a Robert en ningún sitio, aunque también me provocaba cierta curiosidad saber dónde se encontraría.

          Estando ya en el comedor pude verle, estaba sentado en la mesa de los novios, sentado al lado de la novia, muy guapo con un traje negro, me dedicó más de una mirada, y un guiño, haciendo que mi piel se erizara y me sintiera especial.
Mientras todo el mundo se encontraba en el baile a la una de la mañana, nosotros recogíamos todo, tenía un dolor de pies grandísimo, y solo pensaba en poderme sentar, pero teníamos que dejar impecable el salón.

─Olivia, por qué no vas a por los manteles limpios, yo me encargo de terminar de recoger la vajilla ─Me dijo Rubí.

─¡Esta bien! ─Conté las mesas rápidamente y me fui a la lavandería, con todo lo sucio.

         Una vez allí, metí en las lavadoras industriales que teníamos los manteles y servilletas sucios y los puse a la lavar, cuando estaba dispuesta a coger los limpios, escuché cómo la puerta se cerraba de un portazo haciendo que me girara, y viéndole a él.

─¿Cómo demonios sabías que estaba aquí? ─Pregunté sorprendida por su inesperada visita.
─Olivia, sé todo de ti ─ dijo acercándose a mí.

       Cuando quise darme cuenta, estaba en sus garras, me tenía agarrada por la cintura con uno de sus brazos y me besaba con una enorme pasión, con su juguetona lengua, mientras su otra mano acariciaba mi cuello, comenzando a descender por mi escote para acabar en mis senos, haciendo que mi sexo se humedeciera, por el deseo que sentía en ese momento. Me empujó contra una de las paredes que estaban vacías, y con una facilidad asombrosa me subió la falda, comenzando a frotar contra mí su abultado miembro, el cual no entendí cómo no le cortaba la circulación ese pantalón que se lo marcaba más aún.

─Robert…

         No pude pronunciar nada más porque me mandó callar, mientras besaba mi cuello, no sé cómo lo hacía pero me estaba volviendo completamente loca, le deseaba, quería sentirle dentro de mí, llevaba varios días con los besos y las tímidas caricias pero hoy, hoy le necesitaba, necesitaba sentirle completamente mío. Y así fue cuando introdujo con sumo cuidado su miembro dentro de mí, haciendo que la pasión nos hiciera explotar en un mundo sensaciones llegando al éxtasis total.

       No quería que terminara ese momento, estuvimos un rato observándonos en silencio, hasta que sonó mi teléfono, lo cual me hizo volver a la realidad, estaba en mi trabajo y me esperaban en el salón.

─Dime Rubí ─ Contesté enseguida.

─¿Cómo tardas tanto? He mandado a David a ayudarte.

─Oh, es que no era capaz de hacer funcionar una de las lavadoras pero ya está, voy para allá.
Me recompuse como pude la ropa y cogí corriendo los manteles y las servilletas.

─No te muevas de aquí, hasta que no sientas que nos hemos ido ─ Le ordené a Robert, el cual me respondió con su típico guiño.

      Salí por la puerta y ahí estaba David, ¡Por los pelos! ─Pensé─ le di los manteles y comencé a andar hacia el salón, mientras él me seguía sin pronunciar ni una sola palabra. 

      Una vez terminamos, me fui a casa, sin poder volver a ver a Robert, para ello hubiera tenido que entrar en el baile y hubiese sido una forma de delatarnos, aunque me hubiera encantado poder hablar con él después de lo que había sucedido. Pero bueno, esperaba poder por lo menos hablar con él al día siguiente antes de que se fuera. Me pasé a ver a María como siempre antes de irme, necesitaba que me dijera a qué hora abandonaban el hotel, pero para ello debía contarle lo sucedido.

─¡Madre mía Oli! Espero que no se entere nadie.

─Si tú no lo cuentas, no se enterará nadie ─ Le respondí.

─Yo no diré nada, te lo prometo ─ Me dijo mientras miraba el ordenador ─ La habitación la dejarán mañana a las seis de la tarde.

─¡Gracias María te debo una!

        No conseguía conciliar el sueño, pensando en que no quería que ese hombre se fuera de mi vida, aunque cuando decidí llevarme por su enorme atractivo, sabía de sobra que solo era un ligue de verano, y que este momento llegaría. No sé en qué momento, pero me dejé llevar por los brazos de Morfeo, pensando en mi príncipe de ojos grises.


  
*******

       Llegué al hotel, sobre las cuatro, cuando entré se notaba cierta tensión en la recepción, ya que los invitados de la boda comenzaban a dejar el hotel, yo no entraba hasta las seis, pero necesitaba hablar con Robert, antes de que se fuera.

─¡Qué pronto vienes! Aún no te toca entrar ─ me dijo Arturo, que salía del despacho del director.

─Lo sé Arturo, pero estaba aburrida y vine a ver a María, aunque veo que está muy ocupada.

─Bueno, tengo que hacer unos papeles, luego te veo ─ Me dijo Arturo dirigiéndose a la cocina.

       En cuanto vi que se alejaba, eché un vistazo en recepción y mientras María y Adela, la otra recepcionista, estaban ocupadas y no podían verme decidí subir a la primera planta, estaba dispuesta a llamar a su puerta, y pasar un rato con él. Al salir del ascensor me quedé petrificada mirando al fondo del pasillo, ¡No! ─grité en mi interior, intentando contener las lágrimas ─¡Ya no estaba!, la chica de la limpieza recogía la habitación.

     Volví a entrar en el ascensor muy descontenta, no entendía por qué no me había esperado, por qué ni una palabra desde la noche anterior, por qué no intentó volver a acercarse a mí.

       Al llegar a recepción, María me esperaba, se acercó a mí tratando de disimular delante de Adela, mientras me susurró al oído ─ Hace veinte minutos, se marchó ─ ¿Veinte minutos? ─ Pensé ─ Seguro que me da tiempo a llegar al aeropuerto. Cogí un taxi y me marché al aeropuerto para poco tiempo después volver al hotel solo habiendo encontrado cómo el avión despegaba.


******** 

      Entré en la lavandería, lo primero que sentí al abrir la puerta, fue una enorme frustración por lo que había sucedido, ¿Cómo había podido marcharse sin decirme adiós?, ¡Qué estúpida soy! Estaba a punto de salir de allí corriendo y llorando, cuando entró David.

─Oli, dice María que hay que llevar un pedido a la 122.

─Si no te importa David, llévalo tú, ahora mismo no me encuentro muy bien ─ Dije tratando de disimular mis lágrimas.

─¿Qué te pasa Oli?

─Nada, ha sido un mareo que me ha dado, pero ya estoy mejor.

─Perfecto, porque María dijo que subieras tú la cena a esa habitación.

    No tenía ninguna gana de hacerlo, y María en ese momento me parecía un poco desconsiderada mandándome a esa habitación. Cuando llegué a la cocina, ya estaba preparado el pedido, era una cena para dos ¡Mierda! No tengo ninguna gana de subir a esa habitación y encima cena para una parejita. Cogí el carro de mala gana, y me subí al ascensor de servicio, llamé a la puerta y no me abrían, volví a insistir y nada, giré el pomo, y vi luz en el interior.

─Servicio de habitaciones, les traigo la cena, disculpen las molestias ─ Dije mientras me adentraba en la habitación para dejar los platos en la mesa.

─Perfecto ¡Ya estás aquí! Podemos empezar a cenar.

    Me giré sobresaltada descubriéndole a él, con un ramo de flores detrás de mí, declarándome amor eterno, mientras nos fundíamos una vez más en un tierno beso.

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